Clarín recorrió el lugar y se encontró con los problemas de
siempre: deterioro, mal olor, falta de luz y de agua caliente.
Parece un hospital de campaña. De esos que se ven en las
guerras. Las camillas donde están los pacientes son sillones, en el medio de
los pasillos existen mamparas que dividen y forman nuevas “habitaciones”, las
ratas y las cucarachas son parte del paisaje habitual, falta luz, basura por
todos lados y mal olor. El Hospital Posadas parece estar sumergido en el
deterioro sin fin.
Clarín volvió a recorrer el hospital, como lo había hecho
hace cinco meses cuando murieron un camillero y un paciente al caer desde una
terraza, y vio que la situación sigue siendo igual de caótica. Ahora la
intervención por parte del Gobierno nacional volvió a poner a ese centro de
salud en el ojo del huracán. La falta de insumos, los problemas edilicios y la
precarización laboral se mantienen de la misma manera.Un cartel inmenso de
color celeste promociona la “obra finalizada” del Posadas. Atrás de él queda el
edificio antiguo, un elefante de siete pisos al que no se le arregló ni una
baldosa. O por lo menos eso se ve al recorrer los pasillos del lugar. Allí
están la salas de internación, pediatría, quirófano, guardias; a todo ese sector,
los trabajadores lo denominan “la villa 31”, en contraposición con el “Puerto
Madero” que es el nuevo edificio vidriado que se muestra espléndido justo
frente a la autopista del Oeste, donde básicamente hay consultorios externos y
oficinas administrativas.
No hace falta tener un ojo biónico para observar el
deplorable estado del hospital. Faltan matafuegos, las paredes están rotas,
agujereadas, muchas de las ventanas tienen cartones pegados para suplir el
vidrio que les falta. La recorrida parece empeorar a cada paso: de repente una
mampara detiene la caminata. Del otro lado existe una especie de habitación
donde los pacientes son atendidos, acostados en sillones rotos de odontología,
el olor no es fácil de soportar y las miradas de los parientes que están
sentados en una silla cerca de sus seres queridos lo dicen todo. No hace falta
preguntar.Los médicos cuentan cómo es trabajar ahí, relatan que utilizan
botellas de gaseosa como bolsas colectoras de orina, dicen también que a los
pacientes los deben mandar a comprar bananas ya que no tienen potasio en
ampollas para inyectarles.
Cuentan además que a muchos les otorgan un permiso
especial para que se puedan bañar en sus casas y luego vuelvan rápido, ya que
los baños no cuentan con agua caliente en sus duchas.La luz es otro problema:
en pediatría, por ejemplo, deben vacunar a los chicos en la única habitación en
donde funcionan todas las lámparas. En los casos de emergencias el traslado
puede ser el problema más amenazante, es que sólo funcionan dos ascensores que
utilizan por igual tanto el personal como los pacientes que están para un
chequeo médico.En el séptimo piso, la terraza a la que hace cinco meses accedió
un paciente psiquiátrico que luego cayó al vacío junto con el camillero
Emmanuel García, seguía abierta ayer. Una cinta de “Peligro” era lo único que
impedía su acceso.
Fuente: Clarín
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