Desde hace 18 años, esta enfermera trabaja en la Unidad de
Cuidados Paliativos del hospital Tornú, donde acompaña a las personas con
enfermedades terminales a transitar con amor, paz y alegría sus últimos
momentos de vida.
En sus comienzos, la enfermería y el cuidado de los
pacientes era una labor intrínsecamente ligada a la Iglesia. Por eso tras la
reforma protestante, entre los años 1600 y 1800, la enfermería perdió prestigio
y fue relegada a las personas de bajos estratos sociales, casi por obligación.
"La enfermería era casi un castigo que realizaban antiguos enfermos o
presidiarios. Estar cerca de un enfermo era algo denigrante que nadie quería
hacer", explica Clara Cullen, sentada en el cálido jardín de invierno que
tiene el área de Cuidados Paliativos del hospital Enrique Tornú. "Acá
acompañamos al paciente cuya recuperación es difícil o imposible.
No hay que tener miedo de decir que acá nos preparamos para
la muerte de un paciente. La muerte también es una parte de la vida y negarla
es infantil", reacciona Clara cuando se le pregunta por lo que sucede en
aquel bien cuidado pabellón, a metros del hospital.Las paredes color arena
cobran vida con la luz del sol que entra por los grandes ventanales. Las
grillas de actividades para los pacientes se mezclan entre cuadros pintados por
antiguos enfermos y cartas de agradecimiento. Los mandalas (dibujos de formas
geométricas que representan el universo para los budistas) realizados en las
clases de dibujo bailan en el salón de descanso con el viento fresco que entra
por la ventana. "Acá vienen los pacientes a descansar, a leer un libro o a
estar con los familiares. Muchos se quedan a dormir en el sillón para compartir
con sus seres queridos. Tratamos de que sea lo más parecido a un hogar, porque
eso muchas veces es lo más importante para un paciente", resume Clara.
Clara Cullen nació en 1964, es la quinta hija de los ocho que tuvieron Clara y
Enrique Cullen. Recibida de Bioquímica y becada por el Conicet para ser
investigadora, decidió alejarse de los laboratorios para estudiar Enfermería en
la UBA y así poder estar más cerca de los enfermos. "Un día me di cuenta
de que las ratas del laboratorio no podían darme nada ni yo a ellas, así que
dejé la beca del Conicet y empecé a estudiar Enfermería en la UBA. La gente me
decía que con mi capacidad yo tenía que estudiar medicina, pero yo les
explicaba que no era una cuestión de capacidad sino de objetivo y mi objetivo
era cuidar al enfermo." El aroma a café llega y ella sonríe. "Tenemos
una cocina, muchas veces la familia viene y come acá para hacerlo con su
pariente. Para un paciente es casi tan importante la medicina como el estar
contenido y feliz. Mi mamá nos llevaba a mí y a mis siete hermanos al Hospital
Curie en las fiestas para que los internados que eran del interior no
estuvieran solos", recuerda Clara y agrega contenta: "Se podría decir
que ahí empezó mi amor por esta profesión. Mi mamá era voluntaria y se pasó 20
años de su vida dándole la mano a los enfermos para que estuvieran
acompañados". Mientras cursaba sus estudios de enfermería, una de las
mejores amigas de Clara falleció victima de un cáncer terminal y fue allí que entendió
a qué área de la enfermería quería dedicar su vida. "Al principio yo
quería estudiar enfermería para estar en terapia intensiva, donde creía que se
podía hacer lo más posible para que el paciente sobreviviera y siguiera su vida
con normalidad. Pero con la muerte de mi amiga, me replanteé mis objetivos. Me
molestaba mucho que cuando una persona sufría una enfermedad terminal tuviera
que pasar tan mal sus últimos momentos." Fue en la primavera de 1996
cuando esa frágil línea que divide el destino de la casualidad, le hizo llegar
a Clara un periódico de la Federación Médica de la provincia de Buenos Aires
(Femeba), en el que se hablaba de una jornada de información de tratamientos
paliativos en el hospital Tornú. "Cuando leí sobre esa jornada en el diario
y me interioricé en el tema supe que era donde quería estar. Yo deseaba eso,
darle la mano y acompañar a una persona en ese momento en el que un médico le
dice que su enfermedad no es curable." El amor por su vocación llevó a
Clara Cullen a trabajar por más de 8 años de manera ad honórem en el hospital,
mientras mantenía su segundo trabajo y fuente de ingresos en un instituto de
diagnósticos. "Hasta que salió mi nombramiento en 2004, pasé 8 años
trabajando como voluntaria. No me importaba dormir poco y tener que recurrir a
otro trabajo para vivir, yo disfrutaba ayudando a los internados y aprendía de
ellos. Como acá se vive el día a día, se aprende a valorar cada segundo y hasta
la cosa más sencilla."
El inmenso valor de lo cotidiano
"Una de las cosas que más se valora de los internados
en Cuidados Paliativos (CP) es su capacidad para hacer un balance de sus vidas,
saber qué hicieron bien, qué hicieron mal y perdonar. Son muchas las historias
que vimos en estas paredes de mujeres que divorciadas vienen y acompañan a sus
ex parejas pese a las diferencias", cuenta Clara y reflexiona: "En
este lugar te das cuenta de que, como dice la canción: el amor es más
fuerte".
Los últimos rayos del sol de invierno calientan la galería
donde una paciente fuma un cigarrillo y mira los árboles que el ingeniero
Carlos Thay supo plantar a comienzos de 1900 para que florezcan todo el año.
"Sé que es raro ver un paciente fumando, pero acá hacemos un balance entre
el daño y el beneficio que puede hacerle un pequeño placer. Hace tiempo un
familiar se acercó para decirnos que a uno de nuestros internados le gustaba
mucho tomar una copita de whisky antes de dormir. Le dijimos que sí y cada
noche veíamos cómo la disfrutaba mientras leía un libro. Al morir aquel paciente
sabíamos que sus últimos momentos fueron vividos con normalidad, paz y
alegría." Clara señala el dibujo de un árbol colgado en la pared.
"Ese es el árbol de la vida, lo hizo un grupo de voluntarios y familiares
de pacientes. Cada hoja tiene un mensaje, y ese mensaje es lo que vieron acá
adentro." Una de las hojas más grandes dice escucha, y esa palabra
adquiere otra dimensión en esta área. "Para nosotros es importante
escuchar al interno. Por ejemplo, hace unos años tuvimos un paciente que era
relojero. Como sufrió una parálisis de la cintura para abajo, no podía
desplazarse y su salud se deterioraba muy rápido por sentirse un inútil. Nos
dijo que él quería arreglar relojes para poder llevarle plata a su familia y
así fue que le instalamos todo su taller en la pequeña habitación. A las
semanas todo el hospital tenía los relojes mejor que nunca y el paciente estaba
feliz. Es increíble que esas cosas diarias que quizás algunos no valoran son el
hogar donde vive la felicidad de una persona." Cada lugar del pabellón de
Cuidados Paliativos parece tener una historia que contar. Clara es un libro
abierto repleto de hojas con historias de superación, perdón, amor, paz y todas
las demás palabras que se ven escritas en el árbol de la vida. "Con cada
anécdota, aquella idea de que la enfermería es tan importante como la medicina
adquiere más y más valor. El médico y el enfermero son igual de importantes. El
problema es que la medicina está vista como el arte de curar, y debería ser
también el arte de cuidar. Hay que volver a humanizar al médico. La tecnología
es fantástica y puede usarse para solucionar la enfermedad de un paciente, pero
debajo de todos esos tubos y cables hay una persona que necesita algo más para
estar bien, necesita una sonrisa, una mirada, un apretón de manos que le diga
que todo va a estar bien -sintetiza Clara-. En los cuidados paliativos vemos a
la persona como un ser integral, que une lo físico, lo mental y lo espiritual.
Tratamos al paciente de persona a persona."
Como si fuera la contraposición irónica entre la vida y la
muerte, por la ventana del jardín de invierno, detrás de unos pocos árboles, se
puede ver el patio de juegos de un jardín de infantes. "A los pacientes
les hace bien escuchar los gritos y las risas de los más chicos. Acá se ve la
muerte como una parte de la vida y no como la escisión de la misma. Si
habláramos de ella con más soltura sería todo más fácil", explica Clara,
mientras señala la hoja que dice comprensión en el árbol de la vida.
Los años de servicio y aquellas visitas voluntarias que
hacía con su madre, le hicieron entender a Clara que lo más importante en la
vida de una persona es no sentirse sola. Por eso cuando se le pregunta a Clara
qué le gustaría hacer en el futuro, ella no duda, y responde rápidamente, como
si esa idea llevara tiempo arraigada en su cabeza: "Si tuviera el dinero
me gustaría dedicarme a enseñar tratamientos paliativos para las personas
mayores. Es un sector de la sociedad que está muy desprotegido, porque para una
familia es difícil cuidar a una persona que conocieron de una manera y que
ahora se comporta tan diferente. Muchas veces, esas personas que nos dieron la
vida se vuelven como niños y lamentablemente eso parece que genera rechazo en
la sociedad -piensa Clara-. Esos adultos son tan personas como un bebe. Nadie
imaginaría a una persona abandonando a un bebe porque llora o se hace pis; lo
mismo tendría que suceder con los más ancianos, pero no es así". "Eso
quiero hacer", se repite a sí misma mientras mira por la ventana.
"Sería lindo poder contar con un lugar donde recibir a los mayores y que
puedan disfrutar del momento. Enseñarle a otra gente cómo cuidar de ellos y
mejorar su situación. Porque aunque no estén enfermos, la gente de la tercera
edad va cronificando sus dolencias y necesitan también tratados
paliativos." Después de hablar con Clara Cullen las palabras del hindú
premio Nobel de Literatura Rabindranath Tagore cobran sentido: "Yo dormía
y soñaba que la vida era alegría. Desperté y vi que la vida era servicio. Serví
y vi que el servicio era alegría".
Fuente: La Nación
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